domingo, 4 de diciembre de 2011

Respuestas

La historia ofrece en ocasiones momentos puntuales de una extraordinaria brillantez. No suele ser habitual, pero a veces se da una conjunción de fenómenos que engrandecen de forma inusual a una sociedad determinada en un momento concreto. El economista Schumpeter denominó a esta vitalidad humana como ‘la respuesta creadora de la historia’. Reduciendo todo ello a un minúsculo campo de fútbol, podríamos decir sin miedo a equivocarnos que el Real Betis ofreció su mejor versión en unos segundos cuarenta y cinco minutos de auténtico ensueño tras, paradójicamente, completar la peor primera mitad de la era Mel. La respuesta de éste ‘algo más’ del segundo tiempo sólo la podemos encontrar en lo que otro estudioso, Carlo Cipolla, definió como ‘el resultado de un entusiasmo colectivo, de exaltación y de cooperación’ (1). 



Pepe Mel, ratificado el pasado lunes por un Consejo que no cree en él y que, incluso, le llegó a pedir un cambio en sus métodos, presentó en el Sadar un once tan novedoso como contradictorio. Una línea de cinco atrás, pero sin carrileros (no existen en la plantilla); un centro del campo con Cañas y Matilla (Beñat, el mejor mediocampista del equipo, fuera); y una línea de tres arriba con Pereira, Salva Sevilla y Santa Cruz, tres jugadores de cualidades tan distintas que resultaba muy complicado pensar que fuesen a mezclar en condiciones (Rubén Castro, el mejor jugador de la plantilla, también fuera). Cuando el balón echó a rodar, el equipo se mostró tan perdido como parecía su entrenador, quien, a falta de su finiquito, se veía tan fuera del equipo que parecía decir adiós con una fina ironía: si los de arriba quieren un verdadero cambio de rumbo, aquí tienen un equipo bien diferente.

Osasuna, mejor colocado en la tabla y sin tantas urgencias, tardó en meterse en el partido, pero cuando se puso a tono no le costó superar a un rival desconcertado, sin plan, hundido en un futuro incierto. Sin jugar a un gran nivel, generó un par de corners y en uno de ellos Miguel Flaño adelantó a su equipo tras un error defensivo en la marca zonal verdiblanca. El Betis parecía resignado, y Mel, en la banda, observaba con tristeza a unos jugadores que ya no sentía como suyos. Sólo un lanzamiento de falta de Salva Sevilla pudo evitar el 1-0, pero el balón decidió estrellarse contra la madera. Descanso, derrota triste. Pepe Mel, el entrenador que opositaba a heredar el papel de mito de Lorenzo Serra Ferrer, parecía despedirse del club de su vida con una entrega propia de entrenadores de un nivel muy inferior y que el propio Betis se ha cansado de coleccionar.




Pero como en la Italia que precedió a la del Renacimiento, en la que aquella sociedad vio cómo se conjugaba la escritura de Dante con la brocha de Giotto y el auge comercial de los emprendedores transalpinos con el movimiento religioso de San Francisco, el Real Betis salió en la segunda parte a derribar el muro mental que llevaba acongojándole semanas y que atenazaba las piernas de sus futbolistas. Mel perdió el miedo y dio entrada a Rubén y Beñat, y si el capitán no temía, los marineros tampoco. El equipo que durante los primeros cuarenta y cinco minutos se había encerrado con todos sus jugadores en su campo, vivía ahora por completo en el terreno del rival. Líneas adelantadas, dominio de balón, pases verticales, piernas rápidas tanto en la ejecución de los pases como a la hora de iniciar los desmarques. El Betis se movía con el ímpetu de un comerciante a la par que mezclaba paredes y disparos con el mismo talento con el que Giotto pintaba sus cuadros. El Sadar asistía atónito a semejante exhibición futbolística.

El conjunto hispalense estaba firmando los mejores minutos de la temporada, seguramente de toda la era Mel junto al partido de Getafe en Copa, justo cuando todo parecía perdido y el beticismo presagiaba otra anodina derrota. Pese a la calidad con la que estaban jugando todos los futbolistas verdiblancos el gol se resistió hasta que Pereira logró irse de su marcador por velocidad y en un centro-chut sirvió para que Rubén, siempre Rubén, anotase el empate. Parecía que nada podría parar al Betis, que había llegado el momento de la resurrección, de empezar de cero con ilusiones renovadas. Con la victoria, los goles y el buen fútbol por bandera. Pero la historia es cruel; los momentos de apogeo en las sociedades humanas son efímeros, la crisis es nuestro estado natural. No obstante, estas épocas doradas suelen dejar para la posteridad sus brillantes creaciones. El fútbol, más intangible, también más incientífico, no ofrece siquiera tales concesiones.




En un balón largo hacia el área andaluza, Dorado cometió un error al hacer falta sobre un delantero osasunista. Era el minuto 93 y Nekounam, de libre directo, batía al frágil Casto. El fútbol, que no entiende de justicia y merecimientos, le daba la espalda al Betis; en este juego sólo importan los goles. El beticismo, sin embargo, haría bien en recordar los, probablemente, últimos coletazos del Betis de Pepe Mel. A falta de una Divina Comedia o de un hermoso fresco (2), convendría, en estas duras horas, hacer memoria. La respuesta creadora, en el Sadar, no fue de la historia, sino de unos jugadores comandados por un entrenador en el que siguen confiando y que, pese a todo, se resiste a morir.


(1) Carlo M. Cipolla: Historia económica de la Europa preindustrial.
(2) La primera imagen es un retrato de Dante aparecido en un fresco de Giotto.