jueves, 9 de diciembre de 2010

Talento

Hay dos tipos de talento: uno deriva de la inteligencia, de la capacidad de entendimiento, y otro proviene de la aptitud, de la capacidad que uno tiene para desarrollar una actividad. Cuando se logran combinar ambas cualidades salen a la luz genios como Shakespeare, Mozart o Zinedine Zidane. Sí, el marsellés tenía todo el talento posible para hacer lo que quisiese con una pelota en los pies. Pero, sobre todo, sabía en qué momento debía hacer cada movimiento, cada regate, cada pase, cada disparo; por eso dominaba los partidos de manera imperial. Entendía el juego y jugaba como nadie. Xavier Hernández puede ser otro ejemplo. Él ve el hueco, al compañero, al rival, pero, además, tiene la capacidad para poner el balón donde lo imagina. Ambos jugadores han marcado una época, pero siguen siendo casos extraordinarios. Seguramente en su excepcionalidad resida la belleza de sus acciones, pero hoy no hablaré de ellos, sino de un jugador que sólo ha desarrollado el segundo tipo de talento.

El futbolista en cuestión viajaba los miércoles de Champions de Toulouse a Madrid para disfrutar en la tribuna del Santiago Bernabéu de su ídolo, Zizou, y en su vuelta a Francia soñaba con emularle en el entrenamiento del día siguiente. Era Achille Emana, que acabaría recalando en el deprimido y depresivo Betis durante el verano de 2008. Jugador muy técnico, potente, vertical. Nunca lo podríamos catalogar como interior por sus pésimos conceptos defensivos, pero sí estamos hablando por condiciones de un mediapunta o segundo delantero de primer nivel, pero es evidente que no lo es. ¿Por qué? El mejor ejemplo es el partido de ayer entre el Real Betis y el filial del FC Barcelona. El conjunto verdiblanco manejaba el partido a su antojo, estaba siendo infinitamente superior a su rival, el cual no hacía bien su balance defensivo, perdía balones rápidamente y no terminaba de ir a la presión, por lo que el Betis llegaba muy fácil al área contraria. En esa superioridad destacaba por encima de todos el mismo de siempre, Emana, ya que física y técnicamente se estaba comiendo a los cachorros de La Masía, pero él y su equipo se fueron al descanso con una ventaja mínima de 1-0. La razón de este resultado no la encontramos en la actuación de Masip ni de su defensa, sino en la nula capacidad resolutiva del ataque bético y, en especial, del camerunés. En vez de optar por lo sencillo, por lo útil, por batir al portero de la manera más académica, Emana se obcecó en tirar de repertorio, buscando usar el toque de rabona tanto para tirar a puerta como para pasar a sus compañeros, en darle con el exterior del pie cuando lo fácil era tocarla con el interior… Y cuanto más lo intentaba, más fallaba, por lo que volvía a intentarlo. La pescadilla que se mordía la cola, el equipo y el público confundidos y ni poniéndose 2-0 arriba se logró sacar los tres puntos. No busco crucificar a Emana por un partido, pero es que esto es lo habitual; tiene el talento suficiente para en ocasiones aplaudirle a rabiar, pero, a la vez, no tiene la capacidad de entender el juego que tenía su idolatrado Zidane o tienen Xavi y Mesut Özil. Por eso desperdicia ocasiones que cree que no importan, sólo quiere el gol del día, el pase delicioso, sin entender que lo que te pide tu delantero es un pase sencillo al hueco. Es un talento mutilado porque sólo cuenta con los pies, obviando la parte más fría de su cerebro.




Sin embargo, no toda la culpa recae sobre el africano. Desde hace algunas semanas al equipo se le ve más autocomplaciente, menos agresivo y, por ende, jugando mucho peor al fútbol. Ahí está uno de los peligros de este magnífico comienzo de curso, la excesiva confianza, pero hay más: los suplentes para el mediocampo (Juande, Arzu y Cañas) bajan su nivel alarmantemente. Además, el lunes próximo el club vivirá un nuevo vaivén con una Junta Extraordinaria donde Rafael Gordillo se hará cargo del club, con la esperanza puesta en que acabe con los mafiosos que han rodeado al Betis en los últimos años. Aún así, el equipo sigue siendo el mejor de la categoría, cuestión que ha refrendado con resultados. En esta entrada me hubiera gustado ahondar en esta nueva plantilla de Pepe Mel (al madrileño ya se le adora), en sus carencias y, por supuesto, en sus mayoritarias virtudes. Queda pendiente hablar de Dorado, un central como no había visto el beticismo en muchos años, de Salva Sevilla, cada día más importante el genial mediapunta ex Salamanca, de Rubén Castro, quizá en el mejor momento de su carrera y en quien nunca confié. O de Beñat, mi debilidad, un mediocentro con recorrido, con un desplazamiento en largo fabuloso, con gran disparo desde fuera del área; toque e inteligencia en el centro del campo para acompañar a Iriney, líder y pulmón de este siempre tan bendito como maldito Betis.