viernes, 27 de noviembre de 2009

De Canadá a Milán

Si una mañana al levantarme y poner la radio, ésta empieza a soltar que en Saturno, sexto planeta del sistema solar, no sólo han encontrado vida, sino que hay todo un país formado, antes de cualquier valoración racional, lo primero que me vendría a la mente sería Canadá. ¿Por qué? Siempre he tenido la extraña sensación de que este país se encuentra muy lejano, al margen, invisible de alguna manera a todos nosotros. Sus curiosidades, que las tiene, nos podrían acercar a él. Aunque igual sucede todo lo contrario. Canadá es el segundo país más grande de la Tierra y sangra el 50% del agua dulce del planeta, su territorio fue colonizado en principio por los franceses, desde Quebec, para ser luego re-colonizado por los británicos. Consiguieron la independencia del Imperio de forma pacífica, pero siguen teniendo de reina a una inglesa, Isabel II, y difícilmente alguien sepa responder a la pregunta de si los canadienses estuvieron en las guerras mundiales. Sus parajes naturales dicen que son únicos, su calidad de vida es alta y su poder tecnológico enorme. Pese a ello, su imagen siempre nos ha venido deformada por la ridiculización constante de la cultura popular estadounidense para con los canadienses.

Pero en el verano de 2007, durante unos pocos días, Canadá nos llegó a través de la televisión por el evento social más importante de nuestro mundo europeo: el fútbol. Por primera vez, el país albergaba una Copa Mundial, el Sub-20. En este torneo se consagró Sergio Agüero, acompañado en aquella selección campeona por el actual lateral izquierdo del Liverpool Emiliano Insúa, Mauro Zárate, Di María y Ever Banega, entre otros. España contaba con Piqué, Capel o Mata. Estaba una de las revelaciones del panorama europeo actual, como el chileno Alexis Sánchez, también Gio Dos Santos o Jozy Altidore, que cuajaron un Mundial estupendo. Brasil no brilló en absoluto, sufrió en la fase de grupos, pasó como uno de los mejores terceros y acabó eliminada en octavos por España. Me dispuse a ver ese partido. Césped artificial, realización televisiva con un tono apagado y un chico al que seguir. Delantero de Internacional de Porto Alegre, campeón del Mundialito de clubs 2006 y mejor jugador del Sudamericano sub-20 disputado a principios de ese mismo año. Sin una altura espectacular y con un físico todavía sin formar, su primera acción se me quedó grabada a fuego. Centro tocado desde la izquierda al corazón del área, búsqueda del espacio y remate de cabeza con una técnica brutal. Giró la cabeza 180 grados y colocó el balón en la escuadra derecha. Esa sola acción valía mi tiempo y la de los pocos canadienses que se dieron el gusto de ver aquel partido. Era Alexandre Pato, tenía 17 años y sus maneras ya eran de genio. Luego un eslalon impresionante desde el centro del campo; quiebros, velocidad, potencia. España remontó y les eliminó en la prórroga. Sabía que no era la última vez que lo veía, pero un mes más tarde tuve la certeza de ello. El AC Milan lo había fichado.




Desde que llegó a Lombardia no ha dejado de crecer. Heredó el 7 de Shevchenko, pero nunca le ha pesado la responsabilidad. Sus registros goleadores aumentan cada temporada y su peso en el equipo, a día de hoy, es insuperable. Puede jugar de punta único, acompañando a un nueve más puro o incluso saliendo desde una banda de falso extremo, donde últimamente lo está poniendo Leonardo. Pero siempre con libertad. Muchísima velocidad combinada con una potencia sorprendente, lo que le permite salir de un regate e iniciar la carrera con mucha ventaja. Su descaro a la hora de probar cosas nuevas le hacen un jugador muy imprevisible, difícil de controlar para las defensas rivales. Gran definidor, intenta buscar en cada remate el ángulo imposible para el portero. Con un talento para este deporte ilimitado, le hacen ahora mismo ser uno de los delanteros con mayor presente y futuro del mundo. Y a ese talento y a su desparpajo hay que recurrir para entender su rápido acoplamiento a Europa, a una liga tan difícil como la Serie A y a un club tan empequeñecido y aviejado. En los últimos partidos, Leonardo está saliendo con un 4-3-3, siendo los tres delanteros Ronaldinho-Borriello-Pato. Los dos brasileños escorados a las bandas están formando una sólida relación que está fructificando, también con una aportación sorprendente de Borriello, clave en los últimos partidos del Milan. Así los vimos contra el Real Madrid y en ambos partidos Pato fue un auténtico huracán incontenible, capaz de crear peligro en cualquier acción, de inventar. También en Serie A los rossoneri están empleando este esquema. En la última victoria por 4-3 ante el Cagliari vimos a un Ronaldinho que buscaba siempre a Pato, éste apareciendo por todos los lados y Borriello siendo partícipe de los cuatro goles. Leonardo puede haber dado con la tecla, aunque su defensa sigue siendo su verdadero talón de Aquiles.

El club más laureado de Italia en títulos continentales, vive asentado en la crisis, por mucho que ahora estén en su mejor momento de juego y resultados de la temporada. Se sabe y se convive con ello. La época dorada acabó, el plan de rejuvenecimiento está siendo muy complicado y sus dirigentes con Berlusconi a la cabeza están siendo cuestionados. Dicen que no hay dinero. Este verano se han ido Kaká y Maldini; Seedorf, Pirlo o Nesta están en plena cuesta abajo, Ronaldinho, pese a su indudable calidad que sigue dando partidos, nunca será el que un día llegó a ser y los fichajes de los últimos tiempos no terminan de cuajar o simplemente no se entienden. Con todo esto, Pato emerge como el clavo al que debe agarrarse cualquier milanista. No sólo es el presente, sino que todo el futuro de la entidad depende de este jugador, en torno al siete brasileño debe formarse un equipo de nuevo campeón. Lo merece tanto el club como el futbolista, ya que ambos nacieron para la gloria. No se conformarán con menos.